jueves, 4 de julio de 2019

El triunfo de la mentira

En lugar de gozar de un auténtico sistema democrático en el cual los ciudadanos pueden ejercer el poder político, predomina en Europa una espuria democracia representativa y liberal donde los votantes únicamente pueden elegir en elecciones periódicas a un grupo de representantes previamente escogidos por su respectivo partido en una lista cerrada de candidatos que siempre terminan beneficiándose a sí mismos por encima de los intereses generales que deben gestionar. Para garantizar la continuidad de este sistema de gobierno es necesario contar con los medios de comunicación, los cuales son comprados para difundir los mensajes que convienen a las élites y legitimar su autoridad. Esta forma de democracia solo favorece a quienes pueden ejercer el poder y quienes pueden comprarlo, en detrimento de una mayoría no influyente. En esta oligarquía de partidos, también denominada partitocracia, se hace necesario poseer un carnet de partido para abrir puertas, prosperar y enriquecerse. Fuera del sistema establecido no se puede ser demócrata, no se puede ser un respetable ciudadano. La opinión pública es conducida por los medios desde las consignas que marcan los políticos de turno y sus respectivos grupos de presión, quienes fabrican ideas y directrices con la finalidad de amaestrar a la plebe y volverla acrítica. Una minoría decide lo que está bien y lo que está mal. El pensamiento divergente es castigado por el grupo, no convienen las voces discordantes que puedan cuestionar el régimen predominante. Se impone la falacia, la tergiversación mediática, la censura y el control informativo. La razón es suprimida de la vida pública para favorecer el juego de intereses privados que están ocultos. Otros piensan y deciden por ti, con lo que se diluye la responsabilidad colectiva. En estas condiciones la democracia es imposible. Vivimos permanentemente engañados por los políticos.