lunes, 27 de abril de 2020

Lo fácil que resulta crear un falsa realidad

Cualquiera de nosotros puede componer unas coordenadas fantasmas, una mentira, una fantasía, una nueva "verdad". El culto a la retórica y oratoria desde la cultura helénica —y en civilizaciones anteriores— supone un ejemplo de lo atractivo que supone aceptar una "realidad" distinta, en algunos casos, hasta llegar a lo absurdo, pero bien envasado. El ser humano, en su aparente superioridad intelectual, transformadora y productiva, presenta al mismo tiempo una gran debilidad y dependencia hacia la comunicación con sus semejantes. Cuando abstraemos alguna información e intentamos asimilar un significado, no pocas veces interiorizamos una situación sin espacio ni tiempo en la realidad. Formamos una imagen para la que disponemos un lugar —espacio— en un registro o soporte físico. Damos una existencia temporal cada vez que evocamos ese algo, y aún sin llamarlo, permanece ya en suspensión desde su elaboración primera.

Con todo esto podemos preparar cualquier situación imaginable para hacerla verdad, aunque nunca haya sido empíricamente demostrable; ahora ya puede serlo, nuestro sistema cognitivo se sustenta en ello, en creerlo. Cuando se nos ofrece una noticia falsa, al mismo tiempo, se le da un tiempo y un espacio físico. Lo nunca ocurrido, aún desvelado como fraude informativo, pasa a ocupar una parcela de la realidad, tenemos un motivo de crítica, el sujeto del análisis lógico. También los animales y plantas recurren al crear confusión para su supervivencia: así como el carnívoro que pretende hacer ver que no está presente ante su presa, disimula la realidad, la engaña; el reptil que se camufla con el entorno natural para no ser cazado.

No, no todo lo que sucede en el tiempo y el espacio es objetivo y común a distintos observadores; cualquier situación pensada está inmaterialmente presente en un mínimo punto del todo. El único problema estaría en que la exportación de determinadas abstracciones o falsos "ser-estar", en principio inofensivos y sin mayor relevancia, se conviertan en una realidad común y general, negativa para el resto de individuos.

Sea como fuere, lo importante no es sólo identificar los elementos de la realidad, es preciso construir con ellos un soporte útil, práctico, productivo. De hecho, el tiempo se ha convertido en una secuencia de organización efectiva de la que nadie —o muy pocos— osan dudar. Lo mismo sucede con el espacio, que delimita la localización de toda acción.