jueves, 16 de abril de 2009

Mi interpretación de la crisis (2008)

¿cuáles han sido los principales desencadenantes de la crisis?

· Un juego equivocado de inversiones privadas.
· Coyuntura económica internacional.

Por qué admitimos la falacia de que el desajuste es financiero; ¿es que toda la economía se basa en los bancos?; ¿creen ustedes que la mayoría de los ciudadanos nos hemos beneficiado cuando los bancos obtenían mayores ganancias? La respuesta es un "no" rotundo. A la mayoría no nos importa que los bancos incrementen sus lucros privados. Incluso nos ha perjudicado porque al no darse por aludido el Gobierno, sin alarmas generalizadas, éste tiende a la más "serena moderación", es decir, al inmovilismo político y social que ignora a los más precarios.

¿En qué consiste el "equivocado juego de inversiones privadas"?

· El desequilibrio se debe, ante todo, a una indecente sobre especulación de la vivienda y el suelo. Se advierten competencias y responsabilidades políticas. La construcción de inmuebles básicos y la gestión del suelo no se pueden dejar en manos del sector privado ya que esto supone un genocidio de las rentas más bajas fomentando la marginación y la conflictividad social.

· Una deficiente estructura productiva. España no ha hecho nada para impulsar la industria verdaderamente productiva. Pretendían vender como éxito nacional el acumulativo rendimiento de las entidades financieras, cuando éstas son, precisamente, el principal enemigo de la auténtica industria. En lugar de ayudar a levantar un óptimo tejido empresarial, lo que han hecho es endeudar y neutralizar a los emprendedores. Además, mientras los inversores más importantes y mejor relacionados obtienen 'subvenciones', los pequeños y medianos empresarios se ven forzados a solicitar 'créditos', aportes envenenados. Manteniendo el principio de que el "dinero es deuda", los bancos optaron por facilitar créditos a todo el mundo. En el peor de los casos, las financieras se quedarían con los bienes hipotecados.

Nos encontramos con miles de familias y particulares encadenados a hipotecas a las que no pueden responder por la precariedad del empleo (el mercado laboral no funciona), una dramática pérdida del valor de nuestros ingresos y la desproporcionada subida en el coste de la vivienda (en algunos casos se ha elevado hasta un ochocientos por cien en menos de tres lustros). Cada alza en el precio de un inmueble suscita otro. Se genera así una típica cadena inflacionista que concluirá sobrepasando la agotada demanda. Por otro lado, tenemos empresas inoperantes que tampoco pueden solventar sus hipotecas o créditos. La criminal especulación inmobiliaria contribuye a la carencia salarial.

No obstante, abunda el empleo, pero es de carácter precario, marginal, inestable, y dado que la mayor parte del irregular sueldo debe destinarse a la vivienda, se reduce el consumo de otros bienes de manera drástica; esto perjudica las empresas. Sin clientes, en aquellas sociedades mercantiles, también endeudadas, se suceden las quiebras. Al principio los bancos son ajenos al drama, e incluso continúan acumulando beneficios provenientes de los depósitos de los especuladores y los bienes embargados. Ahora bien, los bancos no generan otros recursos, no producen, sólo especulan. A veces, hasta admiten dinero negro. Ahí está el origen de la crisis.

La solución no está en reducir los impuestos. Lo mismo que las subidas y bajadas de los tipos de interés resultan inútiles cuando la desproporción entre ingresos y gastos supera cierto margen, de qué nos sirve una ínfima alteración en la retención fiscal inmediata que, para colmo, resta fondos al gasto público que ha de socorrernos y amortiguar nuestra situación. Es una medida absurda y que no nos dice nada.

Qué pasa con los cientos de miles de ciudadanos que ni siquiera tienen ingresos o trabajan sin cotizar; ¿les importa algo esta propuesta? Observen lo siguiente: en 1993, que no es remontarse muy atrás, podíamos encontrar una vivienda decente por 18000 euros. Hoy, en 2009, esta misma vivienda no nos la venden por menos de 180000 euros, diez veces más. No pasaron tantos años como para justificar esta subida tan exagerada. Este es el efecto de la especulación. ¿Qué opción nos favorece más?:

a) Que nos permitan acceder a una hipoteca con un bajo interés y una reducción de impuestos de un 7%, de forma que después de descontar el pago de la cuota mensual por los 180000 euros que nos cuesta el inmueble, dispongamos de un 15% del salario restante para cubrir otras necesidades.

b) Abonar una elevada hipoteca, sin reducción de impuestos, que nos permita disponer de un 50% de nuestro salario una vez satisfecha la cuota de sólo 90000 euros por la misma vivienda.

No sé ustedes, pero yo me quedo con la opción 'b'. Señoras, señores, el mayor inconveniente no está en el porcentaje extra anual de la hipoteca, sino en algo más simple, el precio de la vivienda. El coste de los inmuebles es desorbitado debido a una radical y desequilibrada sobre especulación.

No resulta tan buena noticia la bajada de los tipos de interés, lo cual corresponde al Banco Central Europeo desde el año 2000. Por un lado, se está privando a miles de modestos ahorradores y pensionistas de una pequeña fuente de ingresos complementarios. Generalmente, los intereses obtenidos en renta fija se convierten en líquido para estas unidades ahorradoras y contribuyen con un mejor estímulo para reactivar el consumo. Vuelve a circular capital en el mercado. Por el contrario, con una tasa de interés baja se pierde responsabilidad. Surgen prácticas irracionales muy peligrosas que afectan a un dinero que no encuentra una salida ventajosa adecuada.

Con los tipos bajos se fomentan actividades especulativas más arriesgadas. Los ahorradores son forzados a obtener un rédito mayor en nocivas operaciones de renta variable que no pueden ser provechosas para inversores profanos que carecen de la necesaria información periódica del curso del mercado de valores que otros jugadores sí disponen. Incluso vemos cientos de casos donde ni siquiera se preocupan de hacer un seguimiento continuo de su inversión, acostumbrados a las imposiciones a plazo fijo. Digo más, muchas veces, hasta se promueve la inclusión de accionistas humildes o desinformados para cubrir la retirada de socios mejor provistos, es decir, para absorber las pérdidas y evitar la caída en el valor de las acciones.

Otro efecto de una inadecuada bajada de tipos es la tendencia de acaparar bienes con fines especulativos -ya hemos citado sus consecuencias en el sector inmobiliario- o crear negocios estériles que se convertirán en nidos de futuras deudas y causarán la pérdida de los ahorros.

A medio y largo plazo, el sostenimiento de una política basada en la fijación de tipos bajos no sólo no contribuye a la circulación de capital, sino que deriva en una espiral de endeudamiento, reducción del consumo una vez agotados los ahorros, se incrementa la especulación y el fraude (flujo de dinero negro), se obstruye la actividad productiva, y se debilita la tesorería del Estado justo cuando tiene que hacer frente a la llamada de socorro de la economía.

El progresismo supone cambio constante, nunca continuismo; ni continuismo político, ni continuismo económico.
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