miércoles, 28 de octubre de 2009

Nuestro legítimo derecho

Preferible es la muerte a una vida amarga, y el eterno reposo de los que mueren, a una dolencia continua. (Eclesiástico 30,17)

Si el Antiguo Testamento legitima esta posibilidad, por qué se empeñan esos presuntos cristianos en borrar una sentencia que bien podría ser el único remedio. Cuando los supuestos creyentes afirman que la interrupción del embarazo y la eutanasia son un atentado contra la vida, me pregunto qué idea tendrán sobre el concepto de "vida" y qué favor esperan ganar a cambio de juzgar la decisión ajena. ¿Han sido verdaderamente coherentes?; ¿son mejores? Cuál es el premio por obligar a nacer a un individuo que indefectible vivirá en las peores condiciones físicas, sociales y económicas.

Deben marcarse los parámetros mínimos necesarios para garantizar una existencia digna a cada sujeto. Dónde está la peor condena, en exigir otro nacimiento irresponsable, o evitar la mayor desgracia. Digo más, si un cristiano persigue el bien, no encontrará inconveniente en admitir un futuro compromiso moral que oriente la selección genética a priori. Las dolencias no sólo mortifican a quienes las padecen de manera directa, sino que dañan todo su entorno con una martirio socioeconómico evitable. ¿Qué ayuda ofrece la maldita Conferencia Episcopal? Quienes condenan este planteamiento, no lo hacen por auténtica devoción, sino por cobardía ante las amenazas de los falsos profetas, enemigos de la libertad, la dignidad y la justicia.

1 comentario:

Funcionario's blog dijo...

Yo es que de temas religiosos prefiero no hablar porque acabarías borrando el comentario incendiario que haría.

Baste decir que esta gente vive de cara a un libro que tiene 2000 años, así que...