Por la acción de Dios hubo un inicio en las coordenadas espaciotemporales, antes incluso de la "luz". Desde el día uno se rompió la infinitud temporal, porque si no fuera así, mañana no sería una jornada más, pero lo será, sin duda. Sólo podemos avanzar, nunca retrocedemos al ayer, salvo con la proyección archivada, irrepetible, una evocación falseada, ya no recuperable con la verdadera vivencia.
En cuanto a la percepción del fenómeno físico desde el fenómeno psíquico, lo captado tiene un contexto espacio-temporal en sí mismo, aunque para la impresión psíquica haya fenómenos aparentemente inespaciales o atemporales. La interpretación de la "realidad", en mucho subjetiva, tiene grandes limitaciones; depende de la combinación de la capacidad de abstracción (tanto de lo evidente como de lo asimilado de forma más compleja y artificialmente institucionalizada), de los estímulos, de la emotividad y la pasión vital (muchas veces distorsionando el conocimiento), y de las referencias previas. Esto nos llevaría a plantearnos si lo abstracto, no empírico, existe o no. La razón científica se vale también de la metáfora, la parábola. Por ello, y con la misma justicia, el conocimiento científico toma juicios dependientes de una "fe". El binomio espacio-tiempo podría ser un marco o contexto de la relación eterna que hemos adaptado como sistema de localización inteligible, vínculo entre lo perceptible y lo sublime, accesible por la fe hacia otra realidad.
Tenemos un tiempo y un espacio como magnitudes, "continentes de". Producto derivado del tiempo es la "edad" biológica, equivalente a la duración de la vida de los organismos como magnitud temporal (ciclos y evoluciones). Este aspecto, la "edad", puede verse como un efecto de la causa espacio-temporal, el resultado de su acción sobre los hechos y los seres. Concretamente para nosotros, materia eventualemente móvil y conjunto de fenómenos químicos y físicos, fijamos tal unidad como forma de delimitación del curso vital.
Cada ciclo cumplido supone el paso a otro estado más cercano a la pérdida de autonomía, cuya carencia final sería la muerte o nulidad de impulsos voluntarios. La vida, como sujeto del binomio, representa un desplazamiento de la materia propia y su incidencia sobre otros cuerpos físico-químicos (como la bola de billar a la que lanzamos contra otras que son movidas a su vez en el "espacio" asignado por el impacto).
¿Cómo se explicaría entonces el deterioro material de los tejidos y la oxidación de las substancias? ¿Por qué motivo se produce esa transición en el estado físico-químico?. Partiendo de la Ley de la Conservación de Energía enunciada por von Helmholz, no puede ya haber un reposo absoluto, siempre habrá movimientos y fluctuaciones, hasta el punto de que lo que está aparentemente inmóvil, sólo padece una dispersión notable de impulsos, y todas las energías que puedan afectar ese sujeto, están en alguna parte. Así, el contacto de unos cuerpos con otros produce un choque que dispersa las partículas constitutivas de la realidad, se dan tanto movimientos, como desprendimientos de un conjunto de unidades, o bien nuevas agrupaciones de las mismas. Cuando los cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio, ante su contacto, se produce una interacción relacionándose con otros. Fruto de la interacción se modifica el comportamiento, las propiedades y, sobre todo, la posición de los demás cuerpos vinculados a un campo de acción. De la ruptura de las unidades básicas por enfrentamiento, incluyendo las partículas y antipartículas subatómicas (carentes de masa), se genera una descarga de energía, de nuevo un desplazamiento, nada conocido escapa, como mínimo, al cambio de posición por un contacto. Media en todo ello esa interacción en la que también está presente el tiempo, como un obligado delimitador entre cada suceso y todo este proceso representa su efecto sobre la materia. Se trata, pues, de etiquetar la cadencia cósmica, de obligada e inevitable presencia. Tenemos un ingrediente del fenómeno, lo que media entre el antes y el después de 'ser'.
Si nos remitimos a la "eternidad" general como negación de un pasado, presente y futuro, podemos llegar a plantearnos un "no inicio", …pero estamos aquí, …y hemos empezado a ser alguna vez; ¿o siempre fuimos?. Podemos contestar por casos concretos: la Tierra no fue siempre tal, lo que es, sino que formaba parte de otro cuerpo; cada uno de nosotros es diferente de lo que era antes de existir como lo que es ahora. Pero todo procede de un "algo" eterno, material o no, una fuerza sublime generadora de lo demás al principio del tiempo (al provenir de lo intemporal). Cabe destacar la teoría del eterno retorno de Nietzsche (presente en la Aurora y La gaya ciencia de su segundo período ilustrado), a su vez recogida con anterioridad de los griegos, que establece la concepción circular del tiempo, sin inicio ni final.
¿Cuál es la segmentación del conjunto de circunstancias relacionadas, qué las mantiene vinculadas? ¿El espacio, el tiempo, la materia, la nada? Sabemos que existe una tendencia universal a la regularidad, un orden que a veces se rompe en los procesos físicos y químicos. Esto podría conducirnos a la existencia de una ley de leyes originaria, la ansiada armonía cósmica matematizada de los antiguos pensadores griegos, así empleaban los términos arjé, principio, y diké, referido al ordenamiento justo. Para Tomás de Aquino, que también contaba con la influencia helénica, esto respondía a la idea de una creación continua de la existencia efectuada por Dios.
Llamamos tiempo a un segmento de la cadencia entre actos. Estos se iniciaron con un primer acto proveniente de la existencia anterior a la materia. Del mismo modo, denominamos espacio a otra sucesión de intervalos, aparentemente ocupados o libres de fragmentos de materia, siendo esta el "resultado potencial" del acto.
Michael Friedman no oculta el problema de especificar algo abstracto, el tiempo. Además, el hecho experimentable, como bien plantea Einstein, está limitado por el punto de observación, que tampoco es en ningún caso posible tener una percepción general y absoluta del movimiento en el ámbito del estas coordenadas, que serían referencias distintas para cada observador.
Se propone una "estructura geométrica del espacio-tiempo y los campos de materia", aportando una organización "geométrica" de los mismos. Se intenta configurar con ello una base analizable, representable, en la que se pueden realizar los cálculos de lógica que rigorizan su fundamento argumentativo. Friedman evoca la exposición de Adolf Grünbaum sobre la distinción de la masa como "puntos ocupados con densidad de masa no nula", y la "simultaneidad topológica" anterior o posterior al hecho físico, relacionando la masa con las dos coordenadas. Plantea la "fisiquización" y la mencionada composición 'geométrica' que permita su "investigación empírica", como si de campos y formaciones atómicas se tratase, representables en trayectorias curvas.
El "reposo absoluto", como trayectoria con sus puntos en igual posición, no es posible, sólo con carácter relativo hay un reposo; todos los cuerpos no convergen en un mismo punto (donde se unificarían en su recorrido), sino que siguen cauces distintos. De hecho, Friedman niega la existencia de un único espacio tridimensional, en su lugar hay espacios simultáneos en diferentes posiciones.
Otro punto de análisis es el "siempre", que no es atemporalidad ni suspensión del tiempo; es monotonía, una tendencia o inercia. De lo que deducimos que "nunca" es lo no dado, no existente en ninguna posición. Asimismo, el momento inicial, el tiempo cero, parte de la intemporalidad, donde ya había energía, pues siguiendo su Ley de la conservación, esta nunca desaparece, en todo caso, se puede dispersar en el espacio. Por lo tanto hubo y hay una energía primera, infinita en el tiempo, que contextualiza un todo.
Se plantea que el origen atómico, lo que Georges Lemaître llamó "huevo cósmico", ha de tener un origen, hay una energía y masa eterna, estable; pero esto es imposible porque esa estabilidad intemporal se rompió con la 'gran explosión' y además tenía que haber unas fuerzas que lo mantuviesen estable. Se ataja el problema exponiendo el escenario básico de "un gas extremadamente disperso", acercándose a la idea del griego Anaxímenes de Mileto sobre una generación cósmica por condensación y enrarecimiento del aire. Hay otras hipótesis, como la del 'principio cosmológico perfecto' que proclama la regularidad absoluta inicial, no habiendo sitio para puntos de ruptura; o la 'teoría de la creación continua' (defendida por Fred Hoyle, por ejemplo), donde el hidrógeno se formaría de la nada, así se crearía la materia sucesivamente. En este último caso, sustituyendo la nada por un el 'acto puro', Dios, enlazaríamos con la formulación tomista.
Se presenta una coexistencia de fuerzas que generan el universo material: la "antimateria" formada a partir de un conjunto de "antiátomos" opuestos a la "materia", pero ambas dotadas de energía.
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