¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia? (San Josemaría Escrivá, Camino, Carácter, 46)
Según Laurence J. Peter, un empleado idóneo podrá ascender hasta lograr su nivel máximo de incompetencia. Scott Adams, mediante el principio de Dilbert, afirma que los trabajadores incompetentes tienen más probabilidades de alcanzar puestos directivos dado que la función de éstos no se considera relevante para la empresa. David Dunning y Justin Kruger plantearon el efecto Dunning-Kruger, el sesgo cognitivo que lleva al incompetente a sobrestimar sus cualidades sin percibir su ineptitud, y al mejor cualificado a subestimar su capacidad presuponiendo la misma idoneidad en los demás. Mientras que Cyril Northcote Parkinson sostiene que el funcionariado tiende a multiplicar su número con afines hasta reducir la productividad y agotar los recursos, provocando la continua expansión de la burocracia para compensar su falta de rendimiento e inoperancia. Y el “síndrome de Procusto” radica en que el jefe inepto menoscaba las capacidades de quien sobresale por temor a que éste pueda superarle, favoreciendo la disgenesia social.
Partiendo de tales premisas cada día soy más partidario de un innatismo no universal como base para la orientación vocacional y laboral. La falacia del igualitarismo salido de contexto ha engendrado un sistema distributivo de roles sociales y profesionales que colma de ineptos los órganos directivos de la mayoría de las empresas. Sucede en todos los países y no es exclusivo del tiempo presente. ¿Cuál es el resultado? Una crisis sistémica. A ésta no se llega por casualidad, ni porque lo marca un impersonal ciclo económico —fluctuación exógena—, sino porque un excelentísimo necio sobretitulado a quien le han otorgado el gobierno de una sociedad o institución, esperando el mayor lucro, ha confiado en la especulativa gestión de otro cretino sobrevalorado, incompetente, o aún peor, truhán, igualmente ilustrado y, en apariencia, eficiente. El segundo puede haber caído en el desastroso negocio de un catedrático de la estupidez que había propuesto una estrategia comercial o política basándose en un copioso informe rubricado por un acreditado investigador académico, experto en “cortar y pegar” datos de diversas fuentes, incluyendo los textos aportados por sus propios becarios, tarea por la que cobrará una no menos desproporcionada cantidad. A esta cadena la podemos denominar “necedad sistémica”. Todos tienen en común que han hecho mal su trabajo, lo que causará pérdidas a miles de inversores incautos. No manda el talento, sino la apariencia, la etiqueta, y este ha sido el resultado. Las quiebras son originadas por la incompetencia de los altos ejecutivos. Es raro que el hundimiento se deba a los trabajadores ocupados en producir directamente los bienes y servicios.
La mayoría de los dirigentes y empresarios no saben seleccionar de manera eficaz a sus colaboradores y cuadros de mando. Confunden el nivel de estudios con la competencia intelectual y la correspondiente habilidad para resolver problemas. La patronal, envuelta en su habitual ensimismamiento, sigue ignorando la plena potencialidad que ofrecen los técnicos provenientes de la formación profesional. Los mediocres departamentos de recursos humanos, coordinados por supuestos entendidos, movidos más por el temor a ser desplazados por posibles rivales, no buscan la mejor idoneidad en la captación de buenos directivos, tienden a obstaculizar esta función de manera más o menos consciente, lo que terminará traduciéndose en una pérdida de beneficios.
La universidad se limita formar en la realización de rutinas autojustificables, protocolos de actuación poco adaptados a nuevas incidencias e insistencia en procedimientos ya conocidos. Son muy pocos quienes realmente trabajan en el campo de la innovación. La enseñanza denominada “superior” continúa siendo excesivamente teórica y escasamente práctica. Se pierde demasiado tiempo exponiendo datos innecesarios sobradamente tratados en el pasado.
La formación profesional, representando mucho más que una “enseñanza media”, instruye en tareas verdaderamente operativas basándose en secuencias prácticas. Sólo los trabajadores pertenecientes a este grupo podrán detectar los fallos inmediatos en la cadena de producción, distribución y venta, no los dirigentes aislados de este medio. La mal llamada “enseñanza superior” concibe una ficticia élite laboral que se supone lo sabe todo y está preparada para tomar las más elevadas decisiones, cuando en demasiadas ocasiones los ejecutivos de primer nivel, reiterados universitarios, provocan la caída de toda la empresa por no saber interpretar algunos datos presentes —o ausentes— en sus informes y proyectos porque no tienen la suficiente capacidad de análisis y diagnóstico. Llegamos a aceptar este falaz sistema de organización social y laboral mediante un abstracto pacto de ficción. Partimos de un erróneo procedimiento en el reparto de roles funcionales.
La clasificación de individuos no es objetiva ni atiende al verdadero talento, sino a la apariencia, el pervertido aspecto académico. Un imbécil ilustrado y sobretitulado no tiene por qué dejar de ser un imbécil; además, si mantiene su necedad, ni querrá abandonar tal imbecilidad, antes dirá que fallan los demás. Un vulgar charlatán licenciado en económicas, con un máster en alta dirección de empresas y hasta un doctorado en Business Administration, quizá sería un buen vendedor, pero mientras su locuacidad no se traduzca en la elaboración de proyectos viables con carácter más general o específico para mejorar el rendimiento de la compañía, no debería ocupar un alto cargo.
Tampoco ignoraremos el engaño curricular universitario. Precisamente es en la enseñanza superior donde se detectan más fraudes, tanto en la práctica académica como en la gestión, e incluso en la organización y selección del personal que compone la institución. De qué sirve ampliar los estudios universitarios con un posgrado si éste lo imparte el mismo personal que ha demostrado un conocimiento deficiente de su especialidad durante el grado más básico. Tan pronto hayamos leído el mismo manual que los profesores —y sepamos tanto o más que ellos— nos daremos cuenta del dinero que hemos tirado en el estúpido máster. Las matrículas abonadas sirven para pagarles la nómina, no para formarnos. ¿No resultaría más económico que nos digan qué libro quieren que nos aprendamos prescindiendo de los malditos intermediarios? Sí, claro que sería mucho más barato, pero es que de eso mismo viven; y luego son estos mismos señores quienes llenan las listas de los partidos para “representarnos” en el parlamento.
¿Qué hay detrás de un doctor o catedrático? El doctorado comienza con una ventajosa relación, unas veces, sexual, otras mediante la prevaricación, cohecho, o tráfico de influencias, que vincula al recién graduado con un tutor que guiará la tesis, siempre y cuando trate de lo mismo que él haya repetido a lo largo de su carrera. Un paso previo al doctorado es la obtención de un Diploma de Estudios Avanzados (DEA), que confiere el discutible estatus de investigador, requisito de mero trámite que sólo sería denegado de haber dejado en ridículo a algún miembro de la comisión examinadora, o lo que es lo mismo, por motivos personales. Siguiendo el mismo procedimiento, el aspirante volverá a leer ante el generoso tribunal su collage de pequeños plagios —en alguna ocasión, plagio completo— y, en ausencia de enemigos declarados, independientemente de lo inservible, absurda e insustancial tesis doctoral, casi indefectiblemente, se otorga este grado académico.
¡Ya está la crítica! Ahora, soluciones. Antes de asignar un sujeto para ocupar un cargo de especial responsabilidad en una corporación, deberá certificar no sólo sus antecedentes profesionales (experiencia) e historial académico, sino que también es exigible conocer la condición moral (aplicación de un código ético) y constatación de su capacidad resolutiva. Cuando hablamos de experiencia no debemos deslumbrarnos por extensos currículum, ya que podemos perder otros candidatos con mejores cualidades personales pero con menos años de práctica. También averiguaremos si el aspirante alcanzó tales méritos por su propio esfuerzo o por otros medios más cómodos. Tenemos que examinar si de verdad la antigüedad está acompañada de objetivos cumplidos y cómo ha afrontado las equivocaciones; ¿reconoce que las ha tenido? El talento resolutivo, proactividad, es determinante a la hora de seleccionar un empleado. Conocer este aspecto requiere la superación de dos pruebas: la primera consiste en la aportación de un proyecto junto la conveniente declaración de objetivos, y la segunda plantea una observación de las respuestas del sujeto en uno o varios ejercicios simulando situaciones imprevistas. La capacidad proactiva y la condición moral en ocasiones van unidas. En cualquier caso, los departamentos de selección de personal, generalmente en manos de torpes paniaguados, ignoran que la mejor manera de conocer a un individuo es desde abajo. La mera entrevista por encima no sirve porque el candidato buscará todos los modos para cautivar al seleccionador y, en ciertos casos, lo consigue para desgracia de la empresa. Un hábil experto en recursos humanos que pretende realizar una captación no debe identificarse, sino que se camuflará como un igual o, mejor todavía, como un subordinado del sujeto. Es ahí, desde la posición inferior, como mejor se conoce a las personas. De nada sirve preguntarle a alguien si es honrado y trabajador o si piensa engañarnos.
La habitual y comprensible costumbre de dar prioridad a los familiares o amigos a la hora de elegir un directivo conlleva mantener un mismo plan en la empresa, corriendo el riesgo de no poder evitar el mismo desacierto del presidente. Sugiero vacunarnos con la brillante sentencia de Jacinto Benavente: «Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro».
Según Laurence J. Peter, un empleado idóneo podrá ascender hasta lograr su nivel máximo de incompetencia. Scott Adams, mediante el principio de Dilbert, afirma que los trabajadores incompetentes tienen más probabilidades de alcanzar puestos directivos dado que la función de éstos no se considera relevante para la empresa. David Dunning y Justin Kruger plantearon el efecto Dunning-Kruger, el sesgo cognitivo que lleva al incompetente a sobrestimar sus cualidades sin percibir su ineptitud, y al mejor cualificado a subestimar su capacidad presuponiendo la misma idoneidad en los demás. Mientras que Cyril Northcote Parkinson sostiene que el funcionariado tiende a multiplicar su número con afines hasta reducir la productividad y agotar los recursos, provocando la continua expansión de la burocracia para compensar su falta de rendimiento e inoperancia. Y el “síndrome de Procusto” radica en que el jefe inepto menoscaba las capacidades de quien sobresale por temor a que éste pueda superarle, favoreciendo la disgenesia social.
Partiendo de tales premisas cada día soy más partidario de un innatismo no universal como base para la orientación vocacional y laboral. La falacia del igualitarismo salido de contexto ha engendrado un sistema distributivo de roles sociales y profesionales que colma de ineptos los órganos directivos de la mayoría de las empresas. Sucede en todos los países y no es exclusivo del tiempo presente. ¿Cuál es el resultado? Una crisis sistémica. A ésta no se llega por casualidad, ni porque lo marca un impersonal ciclo económico —fluctuación exógena—, sino porque un excelentísimo necio sobretitulado a quien le han otorgado el gobierno de una sociedad o institución, esperando el mayor lucro, ha confiado en la especulativa gestión de otro cretino sobrevalorado, incompetente, o aún peor, truhán, igualmente ilustrado y, en apariencia, eficiente. El segundo puede haber caído en el desastroso negocio de un catedrático de la estupidez que había propuesto una estrategia comercial o política basándose en un copioso informe rubricado por un acreditado investigador académico, experto en “cortar y pegar” datos de diversas fuentes, incluyendo los textos aportados por sus propios becarios, tarea por la que cobrará una no menos desproporcionada cantidad. A esta cadena la podemos denominar “necedad sistémica”. Todos tienen en común que han hecho mal su trabajo, lo que causará pérdidas a miles de inversores incautos. No manda el talento, sino la apariencia, la etiqueta, y este ha sido el resultado. Las quiebras son originadas por la incompetencia de los altos ejecutivos. Es raro que el hundimiento se deba a los trabajadores ocupados en producir directamente los bienes y servicios.
La mayoría de los dirigentes y empresarios no saben seleccionar de manera eficaz a sus colaboradores y cuadros de mando. Confunden el nivel de estudios con la competencia intelectual y la correspondiente habilidad para resolver problemas. La patronal, envuelta en su habitual ensimismamiento, sigue ignorando la plena potencialidad que ofrecen los técnicos provenientes de la formación profesional. Los mediocres departamentos de recursos humanos, coordinados por supuestos entendidos, movidos más por el temor a ser desplazados por posibles rivales, no buscan la mejor idoneidad en la captación de buenos directivos, tienden a obstaculizar esta función de manera más o menos consciente, lo que terminará traduciéndose en una pérdida de beneficios.
La universidad se limita formar en la realización de rutinas autojustificables, protocolos de actuación poco adaptados a nuevas incidencias e insistencia en procedimientos ya conocidos. Son muy pocos quienes realmente trabajan en el campo de la innovación. La enseñanza denominada “superior” continúa siendo excesivamente teórica y escasamente práctica. Se pierde demasiado tiempo exponiendo datos innecesarios sobradamente tratados en el pasado.
La formación profesional, representando mucho más que una “enseñanza media”, instruye en tareas verdaderamente operativas basándose en secuencias prácticas. Sólo los trabajadores pertenecientes a este grupo podrán detectar los fallos inmediatos en la cadena de producción, distribución y venta, no los dirigentes aislados de este medio. La mal llamada “enseñanza superior” concibe una ficticia élite laboral que se supone lo sabe todo y está preparada para tomar las más elevadas decisiones, cuando en demasiadas ocasiones los ejecutivos de primer nivel, reiterados universitarios, provocan la caída de toda la empresa por no saber interpretar algunos datos presentes —o ausentes— en sus informes y proyectos porque no tienen la suficiente capacidad de análisis y diagnóstico. Llegamos a aceptar este falaz sistema de organización social y laboral mediante un abstracto pacto de ficción. Partimos de un erróneo procedimiento en el reparto de roles funcionales.
La clasificación de individuos no es objetiva ni atiende al verdadero talento, sino a la apariencia, el pervertido aspecto académico. Un imbécil ilustrado y sobretitulado no tiene por qué dejar de ser un imbécil; además, si mantiene su necedad, ni querrá abandonar tal imbecilidad, antes dirá que fallan los demás. Un vulgar charlatán licenciado en económicas, con un máster en alta dirección de empresas y hasta un doctorado en Business Administration, quizá sería un buen vendedor, pero mientras su locuacidad no se traduzca en la elaboración de proyectos viables con carácter más general o específico para mejorar el rendimiento de la compañía, no debería ocupar un alto cargo.
Tampoco ignoraremos el engaño curricular universitario. Precisamente es en la enseñanza superior donde se detectan más fraudes, tanto en la práctica académica como en la gestión, e incluso en la organización y selección del personal que compone la institución. De qué sirve ampliar los estudios universitarios con un posgrado si éste lo imparte el mismo personal que ha demostrado un conocimiento deficiente de su especialidad durante el grado más básico. Tan pronto hayamos leído el mismo manual que los profesores —y sepamos tanto o más que ellos— nos daremos cuenta del dinero que hemos tirado en el estúpido máster. Las matrículas abonadas sirven para pagarles la nómina, no para formarnos. ¿No resultaría más económico que nos digan qué libro quieren que nos aprendamos prescindiendo de los malditos intermediarios? Sí, claro que sería mucho más barato, pero es que de eso mismo viven; y luego son estos mismos señores quienes llenan las listas de los partidos para “representarnos” en el parlamento.
¿Qué hay detrás de un doctor o catedrático? El doctorado comienza con una ventajosa relación, unas veces, sexual, otras mediante la prevaricación, cohecho, o tráfico de influencias, que vincula al recién graduado con un tutor que guiará la tesis, siempre y cuando trate de lo mismo que él haya repetido a lo largo de su carrera. Un paso previo al doctorado es la obtención de un Diploma de Estudios Avanzados (DEA), que confiere el discutible estatus de investigador, requisito de mero trámite que sólo sería denegado de haber dejado en ridículo a algún miembro de la comisión examinadora, o lo que es lo mismo, por motivos personales. Siguiendo el mismo procedimiento, el aspirante volverá a leer ante el generoso tribunal su collage de pequeños plagios —en alguna ocasión, plagio completo— y, en ausencia de enemigos declarados, independientemente de lo inservible, absurda e insustancial tesis doctoral, casi indefectiblemente, se otorga este grado académico.
¡Ya está la crítica! Ahora, soluciones. Antes de asignar un sujeto para ocupar un cargo de especial responsabilidad en una corporación, deberá certificar no sólo sus antecedentes profesionales (experiencia) e historial académico, sino que también es exigible conocer la condición moral (aplicación de un código ético) y constatación de su capacidad resolutiva. Cuando hablamos de experiencia no debemos deslumbrarnos por extensos currículum, ya que podemos perder otros candidatos con mejores cualidades personales pero con menos años de práctica. También averiguaremos si el aspirante alcanzó tales méritos por su propio esfuerzo o por otros medios más cómodos. Tenemos que examinar si de verdad la antigüedad está acompañada de objetivos cumplidos y cómo ha afrontado las equivocaciones; ¿reconoce que las ha tenido? El talento resolutivo, proactividad, es determinante a la hora de seleccionar un empleado. Conocer este aspecto requiere la superación de dos pruebas: la primera consiste en la aportación de un proyecto junto la conveniente declaración de objetivos, y la segunda plantea una observación de las respuestas del sujeto en uno o varios ejercicios simulando situaciones imprevistas. La capacidad proactiva y la condición moral en ocasiones van unidas. En cualquier caso, los departamentos de selección de personal, generalmente en manos de torpes paniaguados, ignoran que la mejor manera de conocer a un individuo es desde abajo. La mera entrevista por encima no sirve porque el candidato buscará todos los modos para cautivar al seleccionador y, en ciertos casos, lo consigue para desgracia de la empresa. Un hábil experto en recursos humanos que pretende realizar una captación no debe identificarse, sino que se camuflará como un igual o, mejor todavía, como un subordinado del sujeto. Es ahí, desde la posición inferior, como mejor se conoce a las personas. De nada sirve preguntarle a alguien si es honrado y trabajador o si piensa engañarnos.
La habitual y comprensible costumbre de dar prioridad a los familiares o amigos a la hora de elegir un directivo conlleva mantener un mismo plan en la empresa, corriendo el riesgo de no poder evitar el mismo desacierto del presidente. Sugiero vacunarnos con la brillante sentencia de Jacinto Benavente: «Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro».
4 comentarios:
Principio de Peter
El principio de Peter o principio de incompetencia de Peter, está basado en el «estudio de las jerarquías en las organizaciones modernas», o lo que Laurence J. Peter denomina «hierachiology» («jeraquiología»). Afirma que las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, tal que cuando no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo, alcanzan su máximo nivel de incompetencia. Este principio, formulado por el catedrático de ciencias de la educación de la Universidad del Sur de California en su libro The Peter Principle, de 1969, afirma que:
En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse.
Laurence J. Peter
Según algunas fuentes, el primero en hacer referencia a este concepto fue José Ortega y Gasset quien en la década de 1910 dio forma al siguiente aforismo: "Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes".
Como corolario de su famoso principio, Laurence J. Peter deduce los dos siguientes:
Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.
El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia.
El principio de Peter fue deducido del análisis de cientos de casos de incompetencia en las organizaciones y da explicación a los casos de acumulación de personal, según el cual el incremento de personal se hace para poner remedio a la incompetencia de los superiores jerárquicos y tiene como finalidad última mejorar la eficiencia de la organización, hasta que el proceso de ascenso eleve a los recién llegados a sus niveles de incompetencia.
Como última reflexión en su libro, Peter manifiesta su esperanza de que algún filántropo le facilitará una cátedra de «jeraquiología» en una universidad importante: «Al haber demostrado, en mis empeños actuales, estar capacitado, estoy preparado para el puesto».
El principio de Peter forma parte de la llamada «Literatura P», que abarca las obras de Peter, C. Northcote Parkinson, Potter y Putt, y que pretende explicar cómo funcionan las jerarquías sociales.
http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_Peter
Principio de Dilbert
El principio de Dilbert alude a una observación satírica de los años 1990 que afirma que las compañías tienden a ascender sistemáticamente a sus empleados menos competentes a cargos directivos para limitar así la cantidad de daño que son capaces de provocar.
El término fue acuñado por Scott Adams, un graduado MBA de la Universidad de Berkeley y creador de la tira cómica Dilbert. Adams explicó el principio en un artículo del Wall Street Journal de 1996. Adams amplió entonces su estudio del principio de Dilbert en un libro satírico de 1996 con el mismo título, que es lectura obligatoria o recomendada en algunos cursos de gestión y MBA. Se han vendido más de un millón de ejemplares del libro y permaneció 43 semanas en la lista de los más vendidos del New York Times.
Aunque los académicos pueden rechazar la veracidad del principio, señalando que contradice las técnicas de gestión de recursos humanos tradicionales, se originó como una forma de sátira sobre un asunto muy discutido en el mundo empresarial. Desde entonces la teoría ha cosechado cierto apoyo de negocios y gestores. Por ejemplo, Guy Kawasaki de Apple Computer dijo: «Hay dos tipos de compañías, las que reconocen que son exactamente como la de Dilbert y las que también lo son pero aún no lo saben.»
El principio de Dilbert es una variación del principio de Peter, que trata sobre la práctica de las organizaciones jerárquicas de usar los ascensos como forma de recompensar a los empleados que demuestran ser competentes en sus puestos actuales, afirmando que, debido a esta práctica, un empleado competente terminará siendo ascendido a un puesto en el que será incompetente, y donde permanecerá. El principio de Dilbert, de otra forma, indica que los empleados incompetentes son ascendidos intencionadamente para evitar que produzcan daños (como reducir la calidad del producto, ofender a los clientes, a los empleados, etcétera). El Principio de Dilbert utiliza la idea de que en determinadas situaciones, los puestos superiores de una organización pueden tener muy poca relevancia en la producción real y que la mayoría del trabajo productivo y real en una compañía se hace por personas de la parte baja de la escala de poder. Es también posible ver ambos principios simultáneamente en una misma organización.
http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_Dilbert
Ley de Parkinson
La Ley de Parkinson afirma que "el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine". En una burocracia, esto es motivado por dos factores:
'un funcionario quiere multiplicar sus subordinados, no rivales', y
'los funcionarios se crean trabajo unos a otros.'
Fue enunciada por primera vez por Cyril Northcote Parkinson en 1957 en el libro del mismo nombre como resultado de su extensa experiencia en el Servicio Civil Británico (British Civil Service). Las observaciones científicas que contribuyeron al desarrollo de la ley incluyeron notar que a medida que el Imperio Británico declinaba en importancia, el número de empleados en la Oficina Colonial (Colonial Office) aumentaba.
Parkinson también notó que el total de aquellos empleados dentro de una burocracia aumenta en un 5-7 por ciento por año "independientemente de las variaciones en la cantidad de trabajo (si las hay) que debe hacerse".
Para muchos, cuando más tiempo se tenga para hacer algo, más divagará la mente y más problemas serán planteados.
Véase también: Procrastinación
La "Ley de Parkinson" también se usa para referirse a un derivado del original relacionado con computadoras: "Los datos se expanden hasta llenar el espacio disponible para el almacenamiento"; comprar más memoria incentiva el uso de técnicas de programación que usan la memoria de forma más intensiva. Se ha observado en los últimos 10 años que el uso de memoria de los sistemas ha mostrado una tendencia a duplicarse aproximadamente una vez cada 18 meses. Afortunadamente, la densidad de memoria disponible por un dinero constante también tiende a duplicarse cada 12 meses (ver ley de Moore). Desafortunadamente, las leyes de la física garantizan que esto no puede seguir indefinidamente.
Las tres leyes fundamentales de Parkinson son:
"El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización".
"Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos".
"El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia" (Parkinson la llamaba ley de la trivialidad).
Estas tres leyes, al igual que otras que Parkinson formuló, como la ley de la dilación o el arte de perder el tiempo y la ley de la ocupación de los espacios vacíos: por mucho espacio que haya en una oficina siempre hará falta más, son leyes extraídas de la experiencia cotidiana, mediante las cuales, al tiempo que se describe o pone de manifiesto una determinada realidad, se denuncia la falta de eficiencia del trabajo administrativo.
http://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_Parkinson
Efecto Dunning-Kruger
El Efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un efecto de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, incorrectamente midiendo su habilidad por encima de lo real. Este sesgo, es atribuido a una inhabilidad meta-cognitiva del sujeto de reconocer su propia ineptitud. Debido a que su habilidad real debilitaría su propia confianza, ya que los individuos competentes asumen, falsamente, que otros tienen una capacidad o conocimiento equivalente al suyo.
David Dunning y Justin Kruger de la Universidad de Cornell concluyeron: «La mala medición del incompetente se debe a un error sobre si mismo, mientras que la mala medición del competente se debe a un error acerca de los demás».
Propuesta
El fenómeno fue demostrado en una serie de experimentos realizados por Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell (Nueva York, EE. UU.). Sus resultados fueron publicados en el Journal of Personality and Social Psychology de diciembre de 1999.
Kruger y Dunning investigaron cierto número de estudios previos que tendían a sugerir que en diversas habilidades como la comprensión lectora, conducción de vehículos de motor, y juegos como el ajedrez o el tenis, “la ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento” (como dijo Charles Darwin). Su hipótesis es que, en una habilidad típica que los humanos poseen en mayor o menor grado:
Los individuos incompetentes tienden a sobrestimar su propia habilidad.
Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer la habilidad de otros.
Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer su extrema insuficiencia.
Si pueden ser entrenados para mejorar sustancialmente su propio nivel de habilidad, estos individuos pueden reconocer y aceptar su falta de habilidades previa.
Los investigadores quisieron probar estas hipótesis en sujetos humanos, estudiantes de la universidad de Cornell, que estaban matriculados en varias carreras de psicología.
En una serie de estudios, Kruger y Dunning examinaron las autovaloraciones en razonamiento lógico, gramática y humor. Después de haberles mostrado las puntuaciones de sus tests, preguntaron a los sujetos su estimación sobre la posición obtenida en la clasificación, resultando que, mientras que el grupo de los competentes estimaba bastante bien su clasificación, los incompetentes sobreestimaban su posición. Como Dunning y Kruger dijeron:
Tras 4 estudios, los autores encontraron que los participantes que puntuaron en el peor cuarto del total en las pruebas de humor, gramática y lógica, sobreestimaban con mucho su habilidad y su resultado en prueba. A pesar de que las puntuaciones de las pruebas los colocaban en el 12% peor, ellos se consideraban entre el 62 por ciento.
Mientras tanto, la gente con conocimiento real tiende a subestimar su competencia.
Un estudio posterior sugiere que los estudiantes más incompetentes mejoran tanto su nivel de habilidad como su habilidad para estimar su posición en la clasificación sólo tras recibir muchas clases en las habilidades que no tenían.
Daniel Ames y Lara Kammrath extendieron este trabajo a la empatía, y a la propia percepción de ésta.
Algún otro trabajo de Burson Larrick y Joshua Klayman ha sugerido que el efecto no es tan obvio y quizá es debido a los niveles de ruido y a los prejuicios.
Dunning y Kruger ganaron el premio Ig Nobel en el año 2000 por su trabajo.
http://es.wikipedia.org/wiki/Efecto_Dunning-Kruger
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