El matrimonio se revela en la actualidad como una institución social innecesaria y obsoleta. Independientemente de la voluntad conservadora, el vínculo marital se ha convertido en un contrato temporal. Esta unión de cónyuges tiende a manifestarse como un antieconómico convenio desprovisto de una clara finalidad.
Desde el acto de casamiento mismo, envuelto en una costosa boda, hasta el habitual divorcio, se interpreta como una gravosa relación que no ha superado la categoría de compromiso de amistad. La incompatibilidad de actitudes es lo más probable, y mantener artificialmente una institución que no funciona supone un lamentable déficit acumulativo. Tanto el matrimonio como la pareja de hecho terminan siendo una inoportuna carga para la economía en la mayoría de los casos. La vulgar unión conyugal no es rentable.
La aceptación del parentesco por afinidad (familia política) es un convencionalismo discutible en tanto que obliga a comprar el lote sin verdadero propósito. Incluso cuando hay consanguinidad no existe plena aquiescencia en el programa u objetivo, pudiendo darse la circunstancia de preferir una filiación mediante adopción cuando los descendientes naturales no son mejores administradores.
Cabe la concreta posibilidad de concebir otro tipo de unidad más eficiente, la familia económica planteada sobre un contrato de trabajo asociado que persigue alcanzar el capital sinergético necesario para lograr resultados y beneficios conjuntos. Igualmente, de no cumplir los objetivos de producción, debe disolverse.
Desde el acto de casamiento mismo, envuelto en una costosa boda, hasta el habitual divorcio, se interpreta como una gravosa relación que no ha superado la categoría de compromiso de amistad. La incompatibilidad de actitudes es lo más probable, y mantener artificialmente una institución que no funciona supone un lamentable déficit acumulativo. Tanto el matrimonio como la pareja de hecho terminan siendo una inoportuna carga para la economía en la mayoría de los casos. La vulgar unión conyugal no es rentable.
La aceptación del parentesco por afinidad (familia política) es un convencionalismo discutible en tanto que obliga a comprar el lote sin verdadero propósito. Incluso cuando hay consanguinidad no existe plena aquiescencia en el programa u objetivo, pudiendo darse la circunstancia de preferir una filiación mediante adopción cuando los descendientes naturales no son mejores administradores.
Cabe la concreta posibilidad de concebir otro tipo de unidad más eficiente, la familia económica planteada sobre un contrato de trabajo asociado que persigue alcanzar el capital sinergético necesario para lograr resultados y beneficios conjuntos. Igualmente, de no cumplir los objetivos de producción, debe disolverse.
2 comentarios:
Me parece muy bien, además la mujer debería hacer otro contrato en el matrimonio dado que en caso de separación;el darle hijos con su apellido y su ADN al marido, a parte de fastidiar su cuerpo,no le produce ninguna renta, por lo tanto el actual matrimonio fracasa pues la mujer se ve privada de educación y preparación durante los años de crianza de los niños.
En definitiva, que los niños vengan solos al Mundo y que se crien solos y que no fastidien esta maravilla de vida sin compromisos, sin responsabilidad, sin amor por los otros que estamos fabricando desde el progresismo hedonista más obtuso y ciego que puede haber engendrado la naturaleza humana para destruir eso mismo, la verdadera naturaleza y el verdadero humanismo.
¡Salud, compañeros!
Necios hasta decir basta, ciegos hasta no ver lo que sois, aunque creáis que el YO es el único actor de la Vida y del Universo.
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