«Echad los prejuicios por la puerta: volverán a entrar por la ventana». (Federico II el Grande)
Una parte de los votantes se identifica con la derecha y otra con la izquierda, en ambos casos con la misma esperanza de que los que representan su respectiva ideología cambien la situación generada por el partido contrario o bien que se mantenga la situación política dispuesta por sus afines. Siempre que se apoya a un partido prevalece el anhelo hacia un estado mejor, un deseo utópico que con demasiada frecuencia lleva a idealizar o sublimar un escenario político, social y económico que no se corresponde con la realidad. Entre la expectativa y el producto real media un elemento fundamental que impide la mejora plena de la sociedad: la propia naturaleza humana. Ésta conlleva un factor que se antepone a cualquier conformidad permanente: la lucha por la supervivencia que implica la aceptación genética de esa violencia inherente al ser humano y que estará siempre presente, incluso entre los miembros de un mismo partido que se enfrentarán entre sí para imponerse los unos sobre los otros.
A excepción de los líderes arribistas, abundan ilusos que buscan una quimera política esperando que la victoria de los suyos verdaderamente cambie la sociedad, sin advertir que el eterno enfrentamiento nunca cesará y que, aun eliminando a la oposición, subsistirán los conflictos que nuevamente la restituirán. El ser humano es insaciable, nunca está plenamente satisfecho. No es posible abandonar los intereses privados porque en la lucha por la supervivencia todo acuerdo simbiótico no es más que un mero instrumento para cada individuo, una extensión de su propio beneficio particular. La vigencia del consenso está supeditada al mantenimiento de las condiciones favorables para cada sujeto incluido en el acuerdo, lo cual se complica dado que la conformación de todo grupo es siempre jerárquica y, por tanto, existirá una reivindicación asimétrica. De esta manera, permanentemente surgirán exogrupos y la rivalidad entre comunidades o identidades no tendrá fin porque está biológicamente escrita en nuestros genes. El cisma y la disidencia son inevitables. Intentar que la oposición y las diferencias desaparezcan es como poner puertas al campo. La paz es imposible. Independientemente de quien gane, la corrupción, la codicia y la maldad continuarán existiendo, están en todas partes. El mal no distingue ideologías.
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