lunes, 15 de marzo de 2010

Les sigue faltando un plan de comercialización

Don Gerardo Díaz Ferrán y don Gonzalo Pascual deberían haberme hecho caso, sus empresas carecen de un proyecto de comercialización. Así ninguna industria puede crecer, su actividad no es sostenible. Encontrando inviable endosar la compañía Seguros Mercurio a otro grupo, la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones (DGSFP), organismo adscrito al Ministerio de Economía, encomienda al Consorcio de Compensación de Seguros (CCS) la liquidación de la sociedad para proteger los intereses de los asegurados y la plantilla, 49.642 pólizas y 82 empleados. Esta disolución responde a la falta de liquidez, una situación patrimonial negativa que cuestiona los compromisos de pago. Con mayor precisión, la revocación de la autorización administrativa se produce cuando el margen de solvencia exigido a las aseguradoras se sitúa por debajo del mínimo legal, 10,15 millones de euros. El coste de la liquidación y cumplimiento de las obligaciones es asumido por el fondo de garantía que representa el CCS, financiado con las aportaciones realizadas por aseguradoras y clientes.

Los patronos tienen el defecto de pensar en un capitalismo financiero en lugar de un capitalismo industrial. Tal vez a los banqueros les funcione siempre la misma estrategia de adquirir y vender sociedades enteras o participaciones de las mismas, asignando un papel pasivo a la comercialización al por menor. Pero el resto de empresas tienen que buscar consumidores. Las compañías de seguros no pueden permitirse el lujo de esperar que los clientes vengan hasta la oficina para firmar una póliza. Las viejas aseguradoras que continúan ejerciendo no podrían mantener su volumen de capital si no fuera por las sufridas plantillas de "pesados" a domicilio que renuevan de manera permanente la masa de clientes. Como he sido uno de estos vendedores latosos, afirmo que los comerciales son la base de la compañía. De qué sirve producir si no encontramos compradores.

domingo, 31 de enero de 2010

Cómo reducir el número de pensionistas

El ministro de Educación, Ángel Gabilondo Pujol, propone retrasar la edad de incorporación al mercado laboral ampliando la enseñanza obligatoria hasta los dieciocho años, mientras que el Espacio Europeo de Educación Superior impone la realización de un posgrado para validar las licenciaturas. El Gobierno lanza un globo sonda para demorar la edad de jubilación de los 65 a los 67 años. Resultado: reumatismo prematuro (más tiempo atado a una incómoda silla) + incremento de la tasa de colesterol (sedentarismo juvenil) = defunción en el puesto de trabajo (menos pensionistas). Un fallo, aumentarían las bajas médicas por dolencias traumatológicas y accidentes cardiovasculares.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Meritocracia académica y crisis sistémica

¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia? (San Josemaría Escrivá, Camino, Carácter, 46)

Según Laurence J. Peter, un empleado idóneo podrá ascender hasta lograr su nivel máximo de incompetencia. Scott Adams, mediante el principio de Dilbert, afirma que los trabajadores incompetentes tienen más probabilidades de alcanzar puestos directivos dado que la función de éstos no se considera relevante para la empresa. David Dunning y Justin Kruger plantearon el efecto Dunning-Kruger, el sesgo cognitivo que lleva al incompetente a sobrestimar sus cualidades sin percibir su ineptitud, y al mejor cualificado a subestimar su capacidad presuponiendo la misma idoneidad en los demás. Mientras que Cyril Northcote Parkinson sostiene que el funcionariado tiende a multiplicar su número con afines hasta reducir la productividad y agotar los recursos, provocando la continua expansión de la burocracia para compensar su falta de rendimiento e inoperancia. Y el “síndrome de Procusto” radica en que el jefe inepto menoscaba las capacidades de quien sobresale por temor a que éste pueda superarle, favoreciendo la disgenesia social.

Partiendo de tales premisas cada día soy más partidario de un innatismo no universal como base para la orientación vocacional y laboral. La falacia del igualitarismo salido de contexto ha engendrado un sistema distributivo de roles sociales y profesionales que colma de ineptos los órganos directivos de la mayoría de las empresas. Sucede en todos los países y no es exclusivo del tiempo presente. ¿Cuál es el resultado? Una crisis sistémica. A ésta no se llega por casualidad, ni porque lo marca un impersonal ciclo económico fluctuación exógena—, sino porque un excelentísimo necio sobretitulado a quien le han otorgado el gobierno de una sociedad o institución, esperando el mayor lucro, ha confiado en la especulativa gestión de otro cretino sobrevalorado, incompetente, o aún peor, truhán, igualmente ilustrado y, en apariencia, eficiente. El segundo puede haber caído en el desastroso negocio de un catedrático de la estupidez que había propuesto una estrategia comercial o política basándose en un copioso informe rubricado por un acreditado investigador académico, experto en “cortar y pegar” datos de diversas fuentes, incluyendo los textos aportados por sus propios becarios, tarea por la que cobrará una no menos desproporcionada cantidad. A esta cadena la podemos denominar “necedad sistémica”. Todos tienen en común que han hecho mal su trabajo, lo que causará pérdidas a miles de inversores incautos. No manda el talento, sino la apariencia, la etiqueta, y este ha sido el resultado. Las quiebras son originadas por la incompetencia de los altos ejecutivos. Es raro que el hundimiento se deba a los trabajadores ocupados en producir directamente los bienes y servicios.

La mayoría de los dirigentes y empresarios no saben seleccionar de manera eficaz a sus colaboradores y cuadros de mando. Confunden el nivel de estudios con la competencia intelectual y la correspondiente habilidad para resolver problemas. La patronal, envuelta en su habitual ensimismamiento, sigue ignorando la plena potencialidad que ofrecen los técnicos provenientes de la formación profesional. Los mediocres departamentos de recursos humanos, coordinados por supuestos entendidos, movidos más por el temor a ser desplazados por posibles rivales, no buscan la mejor idoneidad en la captación de buenos directivos, tienden a obstaculizar esta función de manera más o menos consciente, lo que terminará traduciéndose en una pérdida de beneficios.

La universidad se limita formar en la realización de rutinas autojustificables, protocolos de actuación poco adaptados a nuevas incidencias e insistencia en procedimientos ya conocidos. Son muy pocos quienes realmente trabajan en el campo de la innovación. La enseñanza denominada “superior” continúa siendo excesivamente teórica y escasamente práctica. Se pierde demasiado tiempo exponiendo datos innecesarios sobradamente tratados en el pasado.

La formación profesional, representando mucho más que una “enseñanza media”, instruye en tareas verdaderamente operativas basándose en secuencias prácticas. Sólo los trabajadores pertenecientes a este grupo podrán detectar los fallos inmediatos en la cadena de producción, distribución y venta, no los dirigentes aislados de este medio. La mal llamada “enseñanza superior” concibe una ficticia élite laboral que se supone lo sabe todo y está preparada para tomar las más elevadas decisiones, cuando en demasiadas ocasiones los ejecutivos de primer nivel, reiterados universitarios, provocan la caída de toda la empresa por no saber interpretar algunos datos presentes —o ausentes— en sus informes y proyectos porque no tienen la suficiente capacidad de análisis y diagnóstico. Llegamos a aceptar este falaz sistema de organización social y laboral mediante un abstracto pacto de ficción. Partimos de un erróneo procedimiento en el reparto de roles funcionales.

La clasificación de individuos no es objetiva ni atiende al verdadero talento, sino a la apariencia, el pervertido aspecto académico. Un imbécil ilustrado y sobretitulado no tiene por qué dejar de ser un imbécil; además, si mantiene su necedad, ni querrá abandonar tal imbecilidad, antes dirá que fallan los demás. Un vulgar charlatán licenciado en económicas, con un máster en alta dirección de empresas y hasta un doctorado en Business Administration, quizá sería un buen vendedor, pero mientras su locuacidad no se traduzca en la elaboración de proyectos viables con carácter más general o específico para mejorar el rendimiento de la compañía, no debería ocupar un alto cargo.

Tampoco ignoraremos el engaño curricular universitario. Precisamente es en la enseñanza superior donde se detectan más fraudes, tanto en la práctica académica como en la gestión, e incluso en la organización y selección del personal que compone la institución. De qué sirve ampliar los estudios universitarios con un posgrado si éste lo imparte el mismo personal que ha demostrado un conocimiento deficiente de su especialidad durante el grado más básico. Tan pronto hayamos leído el mismo manual que los profesores —y sepamos tanto o más que ellos— nos daremos cuenta del dinero que hemos tirado en el estúpido máster. Las matrículas abonadas sirven para pagarles la nómina, no para formarnos. ¿No resultaría más económico que nos digan qué libro quieren que nos aprendamos prescindiendo de los malditos intermediarios? Sí, claro que sería mucho más barato, pero es que de eso mismo viven; y luego son estos mismos señores quienes llenan las listas de los partidos para “representarnos” en el parlamento.

¿Qué hay detrás de un doctor o catedrático? El doctorado comienza con una ventajosa relación, unas veces, sexual, otras mediante la prevaricación, cohecho, o tráfico de influencias, que vincula al recién graduado con un tutor que guiará la tesis, siempre y cuando trate de lo mismo que él haya repetido a lo largo de su carrera. Un paso previo al doctorado es la obtención de un Diploma de Estudios Avanzados (DEA), que confiere el discutible estatus de investigador, requisito de mero trámite que sólo sería denegado de haber dejado en ridículo a algún miembro de la comisión examinadora, o lo que es lo mismo, por motivos personales. Siguiendo el mismo procedimiento, el aspirante volverá a leer ante el generoso tribunal su collage de pequeños plagios —en alguna ocasión, plagio completo— y, en ausencia de enemigos declarados, independientemente de lo inservible, absurda e insustancial tesis doctoral, casi indefectiblemente, se otorga este grado académico.

¡Ya está la crítica! Ahora, soluciones. Antes de asignar un sujeto para ocupar un cargo de especial responsabilidad en una corporación, deberá certificar no sólo sus antecedentes profesionales (experiencia) e historial académico, sino que también es exigible conocer la condición moral (aplicación de un código ético) y constatación de su capacidad resolutiva. Cuando hablamos de experiencia no debemos deslumbrarnos por extensos currículum, ya que podemos perder otros candidatos con mejores cualidades personales pero con menos años de práctica. También averiguaremos si el aspirante alcanzó tales méritos por su propio esfuerzo o por otros medios más cómodos. Tenemos que examinar si de verdad la antigüedad está acompañada de objetivos cumplidos y cómo ha afrontado las equivocaciones; ¿reconoce que las ha tenido? El talento resolutivo, proactividad, es determinante a la hora de seleccionar un empleado. Conocer este aspecto requiere la superación de dos pruebas: la primera consiste en la aportación de un proyecto junto la conveniente declaración de objetivos, y la segunda plantea una observación de las respuestas del sujeto en uno o varios ejercicios simulando situaciones imprevistas. La capacidad proactiva y la condición moral en ocasiones van unidas. En cualquier caso, los departamentos de selección de personal, generalmente en manos de torpes paniaguados, ignoran que la mejor manera de conocer a un individuo es desde abajo. La mera entrevista por encima no sirve porque el candidato buscará todos los modos para cautivar al seleccionador y, en ciertos casos, lo consigue para desgracia de la empresa. Un hábil experto en recursos humanos que pretende realizar una captación no debe identificarse, sino que se camuflará como un igual o, mejor todavía, como un subordinado del sujeto. Es ahí, desde la posición inferior, como mejor se conoce a las personas. De nada sirve preguntarle a alguien si es honrado y trabajador o si piensa engañarnos.

La habitual y comprensible costumbre de dar prioridad a los familiares o amigos a la hora de elegir un directivo conlleva mantener un mismo plan en la empresa, corriendo el riesgo de no poder evitar el mismo desacierto del presidente. Sugiero vacunarnos con la brillante sentencia de Jacinto Benavente: «Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro».

lunes, 28 de diciembre de 2009

Por qué llaman "crisis" a la negligencia

El ingeniero industrial Gerardo Díaz Ferrán únicamente se ha limitado a consumar la decadente herencia de aquel templado José María Cuevas en la presidencia de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales. No olvidemos la relación de su antecesor, el señor Cuevas, con el sector financiero, siendo consejero de Renta 4, sociedad especializada en productos de ahorro e inversión; como presidente de 21 Invest en España, una compañía de capital desarrollo; y su vinculación con el sector inmobiliario, presidiendo el grupo Sacyr Vallehermoso. Fue precisamente la actividad especulativa que representan estos sectores los que propiciaron el debilitamiento del tejido productivo y una posterior contracción del consumo. La misma visión cortoplacista de esta patronal, todavía encabezada por Díaz Ferrán, ha sido incapaz de enmendar los fallos acumulados hasta el momento. En conjunto, los empresarios carecen de un plan de recuperación. Lo cierto es que tampoco interesa a todos, lo que a unos supone la quiebra, a otros les aporta ganancias. Tanto es así, que para muchos la última "crisis" —tan siquiera recesión— no existe; al simple espectador no tiene por qué dolerle lo que acontece en la película.

Gozando de una aparente posición privilegiada y una envidiable red de contactos al frente de la CEOE, a don Gerardo Díaz y a don Gonzalo Pascual les ha faltado talento para evitar la quiebra de la aerolínea Air Comet. ¿Una crítica fácil? Vamos a situarnos: la compañía estaba especializada en vuelos a Latinoamérica; vivimos un período histórico en el que el flujo entre los dos continentes puede considerarse "masivo"; la aerolínea pertenece al clúster turístico de Marsans, teniendo el mismo presidente. Éste alega que su empresa es una víctima más de la crisis. ¿No tendría algo que ver el excesivo endeudamiento causado por el pedido a Airbus de aquellos 60 aviones? Previamente, intentando superar el descenso del número de clientes, reducen los precios de los billetes y en consecuencia caen los ingresos generando una deuda de 17,5 millones de euros con el banco alemán Nord Bank y otro conflicto con Caja Madrid, donde Díaz Ferrán es consejero, por un supuesto impago de 26,5 millones de euros. Además, sumaremos el adeudo de las nóminas a más de 620 trabajadores pendientes de despido y los 7000 pasajeros que había dejado en tierra. El día veintiuno del presente mes, Air Comet cesa las operaciones y se inmoviliza la flota de aeronaves por sentencia de un tribunal de la Alta Corte de Londres motivada por recurso interpuesto por el germano Nord Bank, y el veintidós Fomento le retira la licencia para seguir operando. Ante la denegación de nuevos créditos, el grupo Marsans inyectó 143 millones de euros para salvar la compañía, pero el déficit no paraba de crecer, ya era irremediablemente un zombie.

No sé a ustedes, pero a mí me gustaría saber por qué razón se esperó hasta noviembre de 2009 para reducir la flota de aviones. Sin embargo, bajo mi punto de vista, lo que más evidencia la ineficaz gestión de Díaz Ferrán, está en la marcada falta de un hábil plan de comercialización. La ejecutiva de Marsans no ha dispuesto de manera adecuada todo el potencial de una amplia network que bien podría haber incrementado un presidente de la CEOE. Gerardo Díaz Ferrán se lo ha puesto bien fácil a sus adversarios. No debe importarnos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Un error estratégico imperdonable. Al menos, Saddam era un caballero —distinguido con la Orden de Isabel la Católica, por cierto—

La eliminación de Saddam Hussein fue la peor equivocación en la historia de las relaciones con el mundo árabe, un acto imperdonable. Los políticos que promovieron esta guerra y los servicios de inteligencia estadounidenses cometieron un gravísimo fallo estratégico derribando el pilar que dotaba a Oriente Próximo de una relativa estabilidad política. El líder iraquí jamás supuso el menor peligro para Occidente, más al contrario, podíamos definir aquel gobierno Baaz —o baathista— como un enclave prooccidental.

La inteligencia norteamericana demostró su ineptitud para analizar y comprender el panorama social, político, religioso y cultural en la región. La incapacidad para poner en práctica la empatía intercultural ha desencadenado el peor de los resultados, un conflicto que no encuentra solución y que parece multiplicar sus efectos en una metástasis de violencia. Lejos de la dudosa intención de pacificar la zona, se ha extendido la inseguridad global y la inestabilidad en un territorio mucho más amplio que el propio Irak.

Quedó demostrado que no había relación entre Al-Qaeda y el desaparecido régimen iraquí. Nada tenía que ver para Estados Unidos su lucha con Afganistán y las legítimas reivindicaciones políticas de la occidentalizada república mesopotámica. No se encontraron armas de destrucción masiva. Después de la Desert Storm (agosto de 1990 – febrero de 1991), las fuerzas armadas iraquíes carecían del material bélico suficiente para convertirse en una amenaza militar. La invasión de Irak en 2003 resultó demasiado fácil por el embargo que privó de una adecuada logística al ejército iraquí, el debilitamiento de su potencial militar, la ausencia de fuerza aérea para defender su espacio, el abandono de sus antiguos aliados y la caída del gran rival de Norteamérica, la Unión Soviética. El derrocamiento de Saddam Hussein era del todo innecesario.

A diferencia de lo que están haciendo americanos y británicos, durante la Desert Storm los pilotos y soldados de la coalición internacional capturados por el ejército iraquí gozaron del respeto a los principios marcados por el III Convenio de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra. Hoy en día, se acabó la cortesía con los rehenes, ya no se combate contra un ejército regular. El enemigo actual, aun con menos medios, es mucho más peligroso e impredecible, no está limitado por un código de conducta. Todo está permitido para causar el mayor daño posible. Han quebrado la zona de confort que permitía la guerra convencional. En esta guerra no quedan caballeros, los ruines tenían prioridad y han ganado; ahí está su premio.

Recordaré, por ejemplo, que quien fue viceprimer ministro y representante de Exteriores de Irak, Tareq Aziz, un cristiano libre de toda sospecha de simpatizar con Osama ben Laden, fue condenado en marzo de 2009 a quince años de prisión por su papel en la ejecución de 42 comerciantes iraquíes acusados de especulación tras la primera guerra del Golfo con el fin de enriquecerse —negándoles el derecho de apelación, eso sí— y, en agosto del mismo año, a siete años más por participar en el desplazamiento forzado de los kurdos del norte del país. Finalmente, en octubre de 2010, el Tribunal Supremo iraquí le condena a morir en la horca por su participación en el hostigamiento a miembros de partidos islamistas chiíes. Es decir, las imputaciones aceptadas responden a su función en la aplicación de la pena de muerte en un procedimiento reprochable, al hecho de provocar un censurable éxodo y la persecución de enemigos políticos. Si nos basamos en este mismo argumento, ¿no son igualmente impropias las ejecuciones de los ahora vencidos?

Otro lamentable error estratégico que pagará Occidente fue posicionarse contra la República Serbia en el infame conflicto de Kosovo a finales de los noventa. Desde la torpeza política y los planteamientos de analistas incompetentes, la OTAN, de manera imprudente, ha dejado la puerta abierta a futuras amenazas contra la integridad y seguridad de los países europeos. De nuevo advertimos que la inteligencia es un desastre y no tienen ni idea de lo que sucede en el mundo; ¡idiotas!

miércoles, 28 de octubre de 2009

Nuestro legítimo derecho

Preferible es la muerte a una vida amarga, y el eterno reposo de los que mueren, a una dolencia continua. (Eclesiástico 30,17)

Si el Antiguo Testamento legitima esta posibilidad, por qué se empeñan esos presuntos cristianos en borrar una sentencia que bien podría ser el único remedio. Cuando los supuestos creyentes afirman que la interrupción del embarazo y la eutanasia son un atentado contra la vida, me pregunto qué idea tendrán sobre el concepto de "vida" y qué favor esperan ganar a cambio de juzgar la decisión ajena. ¿Han sido verdaderamente coherentes?; ¿son mejores? Cuál es el premio por obligar a nacer a un individuo que indefectible vivirá en las peores condiciones físicas, sociales y económicas.

Deben marcarse los parámetros mínimos necesarios para garantizar una existencia digna a cada sujeto. Dónde está la peor condena, en exigir otro nacimiento irresponsable, o evitar la mayor desgracia. Digo más, si un cristiano persigue el bien, no encontrará inconveniente en admitir un futuro compromiso moral que oriente la selección genética a priori. Las dolencias no sólo mortifican a quienes las padecen de manera directa, sino que dañan todo su entorno con una martirio socioeconómico evitable. ¿Qué ayuda ofrece la maldita Conferencia Episcopal? Quienes condenan este planteamiento, no lo hacen por auténtica devoción, sino por cobardía ante las amenazas de los falsos profetas, enemigos de la libertad, la dignidad y la justicia.

sábado, 24 de octubre de 2009

¿Hubo un tiempo mejor?

Resulta muy simplista pensar que hubo un antes mejor, más igualitario, un estado en que la sociedad vivía libre de tensiones y diferencias entre individuos, en utópicas comunas solidarias o autosuficientes explotaciones particulares. Tal situación no se daba antes del año mil ni en ningún otro período histórico o lugar del cual se tenga constancia. Tampoco con la tendencia económica y social surgida desde el final de la Edad Media se ponía fin a una estructura que permitiera realmente una satisfactoria independencia productiva de las familias campesinas y los pequeños productores. ¿Quién mantiene la veracidad de tal punto de partida?

Es cierto que el capitalismo, refiriéndonos al conjunto de "capitalistas", se desarrolla aprovechando las circunstancias adecuadas para explotar unos recursos y obtener rendimiento especulativo. El proceso requiere que un número reducido de propietarios se adueñe de los medios de producción que, bajo el enfoque marxista, se arrebataron a la pluralidad social, abandonando ésta la supuesta forma autónoma o cooperativa de subsistencia.