martes, 4 de julio de 2023

La verdadera causa del auge de la extrema derecha

El presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, no ha dudado en culpar a las redes sociales y los videojuegos por los graves disturbios ocurridos en diversos puntos del país galo desde el pasado 27 de junio hasta una semana después. En consecuencia, se establece la censura sobre los contenidos divulgados en las redes sociales con la intención, no de evitar que la revuelta se extienda, sino de impedir que se conozca el fracaso de todo un sistema político y la realidad social que amenaza la convivencia en Europa.

No menos delirante es la justificación de estos disturbios que da el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, al responsabilizar a los ricos de una revuelta motivada por la lucha de clases y alentando con ello la violencia y el caos en las calles francesas. Un desaprensivo intento para obtener el apoyo electoral de los incivilizados sublevados sin importarle convertirse en un pirómano social.

En España, según el Gobierno, los medios de comunicación y supuestos expertos, el alarmante incremento de los delitos sexuales se debería al consumo de pornografía y las agresiones homófobas responden al discurso de la ultraderecha. En ambos casos, por obvias razones e intereses políticos, los dirigentes nos están mintiendo. Pretenden convencernos de que no existe un enemigo exterior, de que el factor étnico no está relacionado con el aumento de la criminalidad. Sabemos que hay una causa común, unos rasgos recurrentes, pero hacerlo público está prohibido por una sociedad occidental acobardada.

Ante esta negación de la realidad, ante la incapacidad de los partidos todavía mayoritarios para buscar soluciones, la única respuesta al problema real proviene de la extrema derecha. Ocultar e ignorar la existencia de un mal es la peor manera de remediarlo, y esto es lo que tanto la izquierda como los centristas y la derecha convencional han propuesto en perjuicio de la ciudadanía. ¿Vamos a seguir esperando que la solución del problema venga de quien lo está originando?

martes, 23 de mayo de 2023

Los bulos y las teorías conspirativas de extrema derecha

Cuando un hecho empírico resulta molesto para la izquierda o cuando éste contradice sus principios o planteamientos políticos, surge la acusación de un supuesto bulo urdido por la ideología contraria. La táctica más habitual de los izquierdistas consiste en ocultar la realidad y culpar a la oposición. De esta manera los problemas no sólo no se solucionan sino que se agravan hasta alcanzar una magnitud incontrolada. En su inducido delirio colectivo, la izquierda reduce todos los males del pasado, presente y futuro de la humanidad en una causa única, la malvada derecha. A pesar de la irracionalidad y la falta de congruencia de su discurso, para una masa de resentidos esta canalización de todas sus frustraciones hacia un enemigo único y común ofrece una simplificada respuesta que satisface sus más elementales expectativas. Frente una razón empírica formulada por la derecha, los izquierdistas opondrán argumentos basados en la simple opinión subjetiva encaminados a suscitar emociones enfrentadas eludiendo con ello el problema en sí mismo. Cuando la realidad planteada por la oposición política resulta incómoda para la izquierda o cuando una solución conservadora perjudica sus intereses, la progresía responde castigando y reprimiendo cualquier mención al problema irresoluto mientras acusa al contrario de intolerante y conspirativo. Como es habitual, se mata al mensajero y se evita el conflicto ante la opinión pública. Así prevalece un único discurso impidiendo cualquier discrepancia. Toda una lección de «democracia».

miércoles, 12 de abril de 2023

La acusación por discurso de odio, un instrumento de guerra jurídica

En las últimas décadas hemos visto como las fuerzas políticas de los autoproclamados progresistas e izquierdistas han instrumentalizado las leyes contra el discurso de odio para convertirlo en el nuevo delito político que pretende suprimir toda crítica u opinión contraria a sus intereses. Según la Real Academia Española, un delito político es el «delito que establecen los sistemas autoritarios en defensa de su propio régimen». Con ello reaparece también el denominado crimen de pensamiento, con lo cual se constituye un sistema claramente represivo y antidemocrático que castiga la disidencia política.

Con estas leyes, decir la verdad está penalizado. Cualquier afirmación contraria a la versión impuesta por el grupo dominante se convierte en ilegal. El derecho a la libertad de expresión comprendido en la Constitución ya no es aplicable, como tampoco lo serán los principios de igualdad ante la ley ni el de non bis in idem, en tanto que la respuesta de la justicia exclusivamente se ensañará, de manera asimétrica, en el sujeto que no pertenece al grupo social considerado "tradicionalmente discriminado", así como se corre el riesgo de que una misma acción contraria a la ley se podrá castigar dos veces.

También se observa un efecto político y social contraproducente cuando determinados colectivos o grupos sociales gozan de una especial sobreprotección jurídica debido a unas políticas perniciosas de empoderamiento resultantes de una reivindicación constante y una planificada escalada de exigencias que favorecen la impunidad de estos grupos que terminan reclamando todos los derechos y prácticamente ninguna obligación, amparados siempre por políticos que, a su vez, dependen de su voto.

La persecución del denominado discurso de odio podría asimismo utilizarse para emprender una campaña hostil de guerra jurídica contra cualquier Estado, colectivo o grupo social con la finalidad de anular toda defensa u oposición a la agresión perpetrada por el mismo querellante, refugiado en el mismo sistema legal del que hace un uso perverso. Las posibilidades de injerencia exterior sobre cualquier Estado, colectivo o grupo se incrementan de manera alarmante cuando se da lugar al empleo de esta arma jurídica que casi siempre se termina volviendo contra quien la incluye en su código penal.

martes, 21 de marzo de 2023

La ley de Godwin

La regla de analogías nazis de Godwin puede sintetizarse en que cuando un debate se alarga o se hace más complejo y acalorado, no tarda en aparecer, de manera directa o indirecta, la típica alusión al nazismo. Esta situación está claramente asociada con el argumentum ad Hitlerum, una falacia del tipo ad hominem que pretende deslegitimar al adversario mediante una espuria acusación con la cual es posible evitar razonamientos y que permite así cerrar la controversia de un modo satisfactorio —aunque deshonesto— para el autor de la falacia argumentativa.

El presidente Pedro Sánchez no ha dudado en recurrir una vez más a esta poco ingeniosa argucia para eludir las argumentadas críticas del profesor Ramón Tamames en la moción de censura. El jefe del Ejecutivo —y de todos los demás poderes del Estado— intenta descalificar a sus rivales recriminando el carácter conspirativo de la «extrema derecha» en contra de su Gobierno. Por suerte el veterano Tamames no se deja intimidar por el abusivo Sánchez y mantiene con firmeza su labor para salvar España del caos político, social y económico que viene padeciendo con la gestión actual.

jueves, 17 de marzo de 2022

La quimera democrática en España

Siguiendo el ejemplo de la física, en política es mucho más fácil destruir que construir. El desmantelamiento del régimen franquista para posteriormente sustituirlo por la actual oligarquía de partidos tiene bien poco de encomiable; fue una empresa extremadamente fácil, chapucera y engañosa. La transición puede resumirse en una apuesta propia de un vulgar trilero donde al pueblo se le daba a escoger en un capcioso referéndum entre un pasado conocido y la promesa política de un futuro ilusionante. Y en eso se quedó, en una ilusión. Llamaron democracia a un sistema político donde no hay separación de poderes, donde los parlamentarios únicamente representan sus propios intereses (cleptocracia) y no los de los ciudadanos, donde predomina un régimen de corrupción sistémica que afecta a todas las instituciones, donde hay 17.621 cargos públicos y funcionarios gozando de la prerrogativa constitucional de aforamiento (impunidad), donde los gobernados no tienen un representante político al que dirigirse y donde no se garantizan ni los derechos establecidos en una constitución que más bien asemejaba una carta otorgada redactada al arbitrio de los siete ponentes que diseñaron el principio de la más oscura partidocracia. De aquel ordenado Movimiento Nacional, al cual juraron fidelidad quienes lo traicionaron, se pasó a un modelo político egoísta, caótico y cortoplacista. ¿Qué se puede esperar de quien incumple sus juramentos?
 
Se terminó cediendo ante una no tan mayoritaria coerción interna, las presiones internacionales y las exigencias externas para adaptar el régimen a un prototipo de Estado democrático europeo compatible con el Mercado Común y otras organizaciones internacionales, logrando llevar a cabo una reforma política que, al menos en apariencia, parecía consolidar una democracia en España.
 
Nos pretenden convencer de que la democracia consiste en el simple derecho al voto, pero sin participación efectiva del conjunto social; el pueblo y el votante común, están excluidos de la toma de decisiones políticas. Una vez depositada la papeleta en la urna, el ciudadano medio es ignorado por los gobernantes. En esta falsa democracia, para abrir puertas, tener una concesión y/o ser oído en las altas esferas se precisa un carné de partido o ser amigo del político de turno. Se ha establecido un sistema cleptocrático engrosado con una extensa red clientelar.

lunes, 22 de marzo de 2021

Síndrome adámico

El trastorno victimista de la izquierda invalida sus argumentos al eludir su propia responsabilidad. No importa la causa real de un hecho, la culpa siempre es del otro. Esta es una de las máximas más comunes entre los políticos, quienes revelan con ello el más recalcitrante síndrome adámico. Incluso cuando el daño ha sido causado por uno mismo, la infracción debe ser atribuida al adversario, evitando que la crítica recaiga sobre el auténtico autor. Se trata de rentabilizar el perjuicio. Por muy inmoral que parezca, resulta una táctica efectiva.

viernes, 19 de marzo de 2021

Nihilismo político

«Echad los prejuicios por la puerta: volverán a entrar por la ventana». (Federico II el Grande)

Una parte de los votantes se identifica con la derecha y otra con la izquierda, en ambos casos con la misma esperanza de que los que representan su respectiva ideología cambien la situación generada por el partido contrario o bien que se mantenga la situación política dispuesta por sus afines. Siempre que se apoya a un partido prevalece el anhelo hacia un estado mejor, un deseo utópico que con demasiada frecuencia lleva a idealizar o sublimar un escenario político, social y económico que no se corresponde con la realidad. Entre la expectativa y el producto real media un elemento fundamental que impide la mejora plena de la sociedad: la propia naturaleza humana. Ésta conlleva un factor que se antepone a cualquier conformidad permanente: la lucha por la supervivencia que implica la aceptación genética de esa violencia inherente al ser humano y que estará siempre presente, incluso entre los miembros de un mismo partido que se enfrentarán entre sí para imponerse los unos sobre los otros.

A excepción de los líderes arribistas, abundan ilusos que buscan una quimera política esperando que la victoria de los suyos verdaderamente cambie la sociedad, sin advertir que el eterno enfrentamiento nunca cesará y que, aun eliminando a la oposición, subsistirán los conflictos que nuevamente la restituirán. El ser humano es insaciable, nunca está plenamente satisfecho. No es posible abandonar los intereses privados porque en la lucha por la supervivencia todo acuerdo simbiótico no es más que un mero instrumento para cada individuo, una extensión de su propio beneficio particular. La vigencia del consenso está supeditada al mantenimiento de las condiciones favorables para cada sujeto incluido en el acuerdo, lo cual se complica dado que la conformación de todo grupo es siempre jerárquica y, por tanto, existirá una reivindicación asimétrica. De esta manera, permanentemente surgirán exogrupos y la rivalidad entre comunidades o identidades no tendrá fin porque está biológicamente escrita en nuestros genes. El cisma y la disidencia son inevitables. Intentar que la oposición y las diferencias desaparezcan es como poner puertas al campo. La paz es imposible. Independientemente de quien gane, la corrupción, la codicia y la maldad continuarán existiendo, están en todas partes. El mal no distingue ideologías.